La muerte es impuntual
Nadie muere a tiempo, sobre todo cuando es amado.
No me acuerdo si prometiste nunca morirte, de cualquier manera, faltaste y con esta falla te despediste.
La siguiente sesión, lo que venía para nosotros, quedará pendiente.
Imploro a mi memoria no permitirme olvidarte del mismo modo, tan abrupto, tan brutal, tan sin nombre.
Memorias en la clínica
El fallecimiento de nuestro terapeuta nos muestra de un solo golpe su humanidad y con esto la nuestra. Las fantasías llegan de golpe, la necesidad de una explicación contundente urge y el dolor es inexplicable.
¿Quién era esa persona? ¿Por qué duele tanto siquiera pensar su ausencia? ¿Qué va a pasar el día de nuestra próxima sesión? ¿Por qué me siento loca llorando desconsoladamente por alguien que apenas hace unos días o meses no significaba nada en mi mente? ¿Con quién compartiré este duelo?
Alguna vez escuché decir a un paciente que perder a un hijo no tiene nombre y debe ser cierto. Ahora me pregunto rodeada del dolor de personas que han perdido a su terapeuta ¿cómo se llama este acontecimiento? ¿Qué palabras usaremos para intentar dar alivio a esta experiencia?
El sufrimiento mental provocado por la realidad de la ausencia física del terapeuta nos deja aparentemente sin un espacio para poder procesarlo y deja claro que la psicoterapia es un encuentro que incluye la totalidad de ambos participantes, y la falta de uno implica forzosamente un duelo.
Es un duelo complejo por el origen y la función del vínculo que prometía ser el lugar donde se trabajarían todos los duelos, menos ese. En este sentido puede percibirse como una falta, que sin duda lo es; y como una falla, pero no por la muerte en sí misma, sino por las fantasía que generamos, así como en algún instante en nuestra infancia creímos que quien cuidaba de nosotros debía de ser inmortal.
Con amor y respeto para todos aquellos que atraviesan el duelo por la muerte de su terapeuta.