¿Por qué no quiero estar triste?
A pesar de que la tristeza es un sentimiento que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, hacemos muchas veces hasta lo imposible por detenerla. Pero ¿por qué nos empeñamos en esta infructuosa tarea?
Las sociedades contemporáneas han nombrado de manera un tanto arbitraria a algunas emociones y sentimientos como “negativos”; y esto ha traído confusiones con respecto a lo que sentimos, como si dentro de nuestras experiencias sentimentales estuvieran “las buenas y las malas”. A la tristeza se le ha asociado culturalmente con estados de vulnerabilidad, falta de carácter, disminución de productividad, los cuales son reprobables en sociedades que promueven una “cultura de la felicidad” y que marginalizan la expresión y aceptación de este sentimiento tan necesario.
Freud, el padre del psicoanálisis, hace ya muchos años, nos dejaba conocer a la tristeza como resultado de algo que perdemos. Esta pérdida puede ser de diferentes tipos: la desilusión amorosa, el fin de una relación, la muerte, etcétera. Con la tristeza aparece un estado de duelo que implica un proceso complejo pero muy necesario para la mente. Es a través de nuestras tristezas que las personas logramos la comprensión y aceptamos la renuncia de aquello que perdimos, permitiéndonos reestablecer nuestras energías psíquicas para poder ponerlas en nuevas relaciones y metas.
Entonces a la tristeza no habría que buscar saltarla, negarla o evitarla sino todo lo contrario, hay que permitir su aparición temporal y atravesarla para que, en compañía suya, logremos la restauración a partir de nuestros dolores de la manera más sana posible.