Ya decidí separarme y ahora ¿cómo sobrevivo?
Separarse suele ser una situación difícil o dolorosa, incluso para quienes han tomado la iniciativa de la separación. Lo complejo de una decisión como ésta encierra mucho más que la relación de pareja que se termina.
En ocasiones, las separaciones pueden confrontarnos con asuntos no resueltos de nosotros mismos. Por ejemplo, pueden poner en evidencia miedos o inseguridades personales, dificultad para estar a solas, necesidad de controlar las situaciones o a las personas, y dificultad para confiar en los demás. De hecho, algunas dificultades en nuestra historia de vida (especialmente durante la infancia) en las que hayamos experimentado abandono, rechazo, humillación, traición o injusticia, pueden tornarnos particularmente sensibles ante situaciones como éstas y a su vez, pueden incidir en las decisiones que tomamos al elegir a una pareja, los patrones de relaciones que repetimos o en cómo nos sentimos durante las separaciones.
Algunas personas pueden llegar a sentir las separaciones de una forma muy intensa o devastadora y otras atraviesan por ellas con mayor serenidad. Esto en ocasiones depende de nuestra personalidad, nuestro tipo de apego, de las experiencias previas que vivimos, así como de la forma en la que nos criaron, cuidaron y amaron.
Te compartimos algunas recomendaciones que pueden ayudar a transitar las separaciones de mejor manera:
- Mantén hábitos saludables y un buen cuidado personal.
- Permítete sentir tus emociones sin reprimirlas.
- Evita idealizar el pasado y limita los pensamientos catastróficos.
- Ten paciencia, confía en ti y en tu proceso.
- Prioriza tu bienestar físico y emocional, así como el respeto hacia ti mismo.
- Dedica tiempo a actividades que disfrutes y mantén una red de apoyo.
- Si lo consideras conveniente, acude a un profesional.
“Si quieres poder elegir una mejor pareja, trabaja en ti”
Identifica focos rojos que hacen “necesario” tener ayuda profesional:
- Te has estado colocando en situaciones de riesgo.
- Estás realizando conductas de forma repetida que no te hacen sentir bien.
- Lo que sientes te impide realizar tus actividades cotidianas y está afectando tu vida diaria.
- Tu malestar está interfiriendo con el cuidado de tus hijos o hijas (en caso de tenerlos).
- Has incrementado tu consumo de alcohol o tienes alguna adicción.
- Has perdido el deseo de vivir.
- Tienes ideas o pensamientos que te asustan cada vez más.
- Has imaginado hacerte daño o hacerle daño a alguien más.
¡No lo dudes, busca ayuda profesional!